Por: Antonio Marquina
Recientemente el 3 de julio, hemos podido leer la publicación en Washington DC de un manifiesto o carta abierta, dirigido al Presidente de Estados Unidos y a los miembros del Congreso, al cual se han adherido esencialmente, muy significados profesores de relaciones internacionales, expertos y miembros de importantes Centros de Pensamiento de Estados Unidos, en total, noventa y cinco firmantes.
El título no deja de ser llamativo: “China no es un enemigo”[1]
El manifiesto, o carta abierta, finaliza indicando que el gran número de firmantes mostraba claramente que no existía un consenso en Washington que avalara una postura de confrontación general hacia China como algunos podrían creer.
El contenido está estructurado en siete puntos o proposiciones:
La recepción y reacción a este manifiesto o carta abierta ha sido dispar. En Estados Unidos entraba en el contexto de los debates que el Partido Demócrata había iniciado de cara a las elecciones de 2020, donde los candidatos, en cuestiones de política exterior, se habían centrado en China y las fricciones comerciales con China.
Tanto Bernie Sanders como Elizaberth Warren y otros representantes de la izquierda propugnaban la imposición de más tarifas sobre productos chinos y la defensa de los puestos de trabajo estadounidenses. Frente a planteamientos de campañas anteriores donde la lucha contra el terrorismo era un tema esencial, o era un tema sobresaliente, esta vez el tema central lo ocupaba China en exclusiva.
Ya no se trataba tampoco de los planteamientos del Partido Republicano y sus diatribas en época electoral
Por parte del gobierno, el manifiesto no se tomó muy en serio, considerándolo no bien informado, no representando adecuadamente la realidad de la nueva política con respecto a China[2] y considerando que subestimaba las intenciones de China. Además, el manifiesto ponía el énfasis en exclusiva en los fallos de Estados Unidos, no en los de China, a la hora de justificar las dificultades en las relaciones bilaterales.
Otras críticas fueron más duras, enfatizando el problema que significaba el partido comunista chino para el mundo libre.
En general existían en la carta abierta presupuestos y asunciones discutibles como la negación del posible reemplazo de Estados Unidos, sin tener muy en cuenta la rapidez de los profundos cambios inducidos por China en menos de veinte años; la apelación al fortalecimiento de las voces moderadas como si pudieran llegar a ser un elemento sustitutorio del actual aparato reestructurado y fortalecido, a cuya cabeza está Xi Jinping como dirigente a perpetuidad; la aceptación de las normas por China sin tener en cuenta la posibilidad real de su alejamiento de estas normas y componentes en función de que ya no sirvieran de forma efectiva sus intereses; la desvinculación de China de la economía global que no parecía tan sencillo y factible como se presentaba; o la crítica a los nuevos planteamientos defensivos desarrollados desde la última etapa del presidente Obama por el secretario de Defensa, Ashton Carter, que resultaba algo sorprendente, al ser planteamientos que no se podían desligar de planteamientos centrados en la propia disuasión. Los planteamientos de ataques en profundidad y búsqueda de predominio ya se habían materializado en la última década de la guerra fría como elemento de disuasión fundamental contra la Unión Soviética. El tema del manejo de crisis de forma conjunta era un auténtico brindis al sol al no darse las precondiciones indispensables para su realización.
Pero uno de los puntos más llamativos era el haber escogido como título que China no era un enemigo, y la continua mención al “enemigo”, dado que ninguno de los documentos oficiales como la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de diciembre de 2017 o la Estrategia de Defensa Nacional de 2018 se definía a China como enemigo, aceptando con ello la retórica de la propaganda china y de medios como el Global Times que machaconamente incidían en esta calificación.
El propio nuevo Presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, en la audiencia de confirmación del Senado no se recató en afirmar que China no era un enemigo sino un competidor, señalando que China era el principal desafío a la seguridad nacional de Estados Unidos en los próximos 50-100 años.
Existían también otros problemas que dejaban en una posición poco airosa este documento. Uno de los promotores, Susan Thornton, había sido bloqueada por la administración Trump en su nombramiento para asistente del secretario del Departamento de Estado por haber engañado al Senado.
Otros promotores, y no pocos firmantes, tenían flancos claramente atacables, al haber mantenido durante años una posición muy poco crítica con las políticas comerciales de China y habían atacado los planteamientos que se habían estado haciendo desde el Pentágono sobre el incremento del poderío militar de China, estando más en línea con la consideración de China como un statu quo power.[3]
En cualquier caso, llamaban la atención, sin mencionarlo, sobre posiciones que se estaban desarrollando en sectores del Partido Republicano, como la resurrección del Comité sobre el Peligro Presente que había hecho campaña contra la Unión Soviética y que ahora se pretendía hiciera lo mismo con el peligro de China, considerando que China y Estados Unidos constituían sistemas incompatibles y que uno de ellos tenía que acabar siendo el vencedor. Este grupo, vuelto a la vida en 2019 con el apoyo de Stephen Bannon y otras personalidades, incluidos antiguos miembros de los servicios de inteligencia, empezaba a tener una influencia de cierta importancia en el gobierno, agencias federales y el Congreso.
La coda final. China publica un nuevo documento sobre la Defensa Nacional
El 24 de julio, el Ministerio de Defensa de China publicó el nuevo documento sobre la Defensa Nacional que trató de explicar la política china de defensa nacional.[4] El documento estaba estructurado en un prefacio, seis capítulos más un apéndice.
La evaluación era clara y meridiana: La competición estratégica internacional estaba creciendo. Estados Unidos había ajustado sus estrategias de seguridad y defensa y adoptaba políticas unilaterales, provocando una competición creciente entre los principales Estados. Los asuntos regionales y globales también estaban incrementando su importancia.
Se presentaron los pilares de la política de defensa nacional defensiva y se volvió a repetir que China nunca buscaba la hegemonía, la expansión o las esferas de influencia. Frente a la política de Estados Unidos, la política de China era claramente defensiva en su naturaleza.
La cuestión fundamental era que existían aspectos en su política que eran contradictorios, claramente unilaterales y de creación de zonas de influencia.
Dejando de lado la proyección de China en otras áreas regionales, China no podía pretender que no pasaba nada por ejemplo en el mar del sur de China y no existía expansionismo, el suyo, donde desde Filipinas a Vietnam se estaban reforzando los medios militares, abriéndose a una fuerte cooperación militar con Estados Unidos, caso de Vietnam, o aceptando indirectamente por impotencia una sumisión a los dictados chinos, caso del presidente Duterte en Filipinas.
¿Es que se podía justificar el no cumplimiento de las promesas hechas de forma reiterada por Xi Jinping y otros dirigentes de no militarización de las siete islas artificiales del mar del sur de China?
¿Cómo China podía seguir enfatizando la necesidad de medidas de confianza ante esta flagrante violación de normas elementales como la palabra y el compromiso de sus dirigentes?
¿Cómo explicar el debate actual de Australia sobre la necesidad de hacerse con armas nucleares en función del desafío para su seguridad que ya supone China? ¿Es que Japón está caprichosamente cambiando su estrategia de seguridad y busca la hegemonía en la zona?
En cuanto a políticas defensivas u ofensivas, la retórica también tendía a hacer estragos. Ninguno de los sistemas de armas y su modernización a que hace referencia el libro blanco se puede considerar estrictamente defensivo.
A modo de conclusión,
Se puede señalar que se ha llegado a un punto de clara complicación sobre medidas y políticas a poner en práctica en las relaciones entre Estados Unidos y China, con amplias repercusiones globales, de forma especial para la Unión Europea.
El manifiesto o carta abierta ,“China no es un enemigo” ciertamente no ha contribuido a clarificar esta situación, aunque es un intento que hubiera merecido ser más convincente, mucho mejor preparado, sin dejar tantos flancos abiertos y , en consecuencia, más efectivo, llamando la atención de un problema que sigue en parte enquistado, como es la ajustada redefinición de las relaciones entre Estados Unidos y China.
[1] M. Taylor Fravel, J. Stapleton Roy, Michael Swaine, Susan A Thornton, Erza Vogel : “China is not an enemy”, The Washington Post, 3 July 2019, en https://www.washingtonpost.com/opinions/making-china-a-us-enemy-is-counterproductive/2019/07/02/647d49d0-9bfa-11e9-b27f-ed2942f73d70_story.html?noredirect=on&utm_term=.4a496b1ab8c0
[2] “Countering pro-China experts´letter” The Washington Times, 10 July 2019, en https://www.washingtontimes.com/news/2019/jul/10/donald-trumps-china-policy-defended/
[3] Véase a este respecto la evolución de los planteamientos desde las administraciones de George W. Bush a la administración del presidente Trump en Antonio Marquina: “La Política de Estados Unidos hacia el índico-Pacífico. Una narrativa sobre cambios y continuidades desde la presidencia de Barack Obama a la presidencia de Donald Trump”, en Antonio Marquina (ed) (2019): La política Exterior de Estados Unidos: Un atardecer desfigurado, Madrid, UNISCI,pp.327-500.
[4] “ China’s National Defense in the New Era”, Xinhuanet, 24 July 2019, en http://www.xinhuanet.com/english/2019-07/24/c_138253389.htm
Palabras clave: China, amenaza de China, debate sobre China en Estados Unidos, documento de Defensa Nacional de China