Tras el final de la Guerra Fría, los asuntos ligados a la sanidad y las pandemias no fueron recogidos en la evaluación de las posibles amenazas centrales a la seguridad. Esto se puede comprobar en la información abierta disponible en los servicios de inteligencia de Estados Unidos. En la primera presentación pública del director de la CIA en 1996 ante el Comité de Inteligencia de Estados Unidos sobre la evaluación de las amenazas a nivel mundial, solamente se presenta la cuestión de la proliferación de las armas biológicas por parte de los Estados y el bioterrorismo, caracterizándolos como una cuestión transnacional dentro de dos apartados, centrados respectivamente en la proliferación de armas de destrucción masiva y en el terrorismo, resaltando el creciente interés de muchas de las organizaciones terroristas recogidas en la lista oficial de Estados Unidos de estas organizaciones, en especial Al Qaeda, en la adquisición de información y capacidades para la realización de este tipo de ataques. Las ideas centrales que se recogen señalan el crecimiento de la amenaza, ligado a la expansión de las tecnologías y a la accesibilidad a tecnologías de doble uso, su comercialización, que no podía prohibirse, haciendo todo ello que la monitorización y su control fue muy complicada, a lo que se añadía su ocultación en instalaciones que no se podían distinguir de genuinas instalaciones comerciales y la facilidad de producción en laboratorios no sofisticados. Esta será la línea que siguen las presentaciones anuales posteriores del director de la CIA.
Una vez producidos los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, el terrorismo pasa a primerísimo plano en la evaluación de las amenazas, pero la evaluación general sobre las armas biológicas no varió, si bien se acrecentó en la primer década de este siglo el temor a tener que hacer frente a un ataque por sorpresa, dado el incremento de capacidades tecnológicas y su utilización médica, la circulación de personal científico entre países y la creciente autonomía de estos grupos y Estados, al no depender progresivamente tanto de adquisiciones de materiales y tecnologías en el exterior. El número de Estados con capacidades tecnológicas de producción de armas biológicas se estaba incrementando sustancialmente, ya no se trataba de las pretensiones de unos pocos Estados.
A pesar del impacto del SARS en 2003- calificado como “enfermedad misteriosa” (sic)- aunque fuese limitado, será a partir de 2008 cuando junto a los epígrafes tradicionales de terrorismo y proliferación, se empieza a incluir el tema de las enfermedades, en especial las enfermedades infecciosas, la sanidad global y los desafíos estratégicos a la seguridad, en función de sus muy importantes impactos en la economía internacional, la sociedad civil y las infraestructuras críticas sanitarias, identificando la posibilidad de una amplia pandemia de gripe como el principal desafío, que incluso podría ser utilizada por un grupo terrorista o un lobo solitario, si bien no se consideraba sencilla su realización. A esto se añadieron posteriormente los patógenos humanos originados en animales, la dependencia crítica de fármacos producidos en el extranjero y la dependencia de la producción de vacunas y se consideraron fundamentales las medidas de preparación, como el almacenamiento de contramedidas médicas, para mitigar el impacto de una pandemia futura. Los gobiernos de gran parte de Asia, América y Europa occidental habían percibido a partir de 2003 que las pandemias podrían llegar a ser una grave amenaza, y sus esfuerzos de preparación les ayudaron a disminuir el impacto de la pandemia del 2009-H1N1
Hay también que destacar que Estados Unidos en junio de 2008 anunció la reestructuración de Centro de Inteligencia Médica de las Fuerzas Armadas, estableciendo el Centro Nacional para la Inteligencia Médica en Maryland, dependiente de la DIA. Su misión incluiría no solo aspectos que pudieran afectar a la salud de los militares sino también de la población civil, como el surgimiento de pandemias, gripes, nuevas enfermedades que saltaran de animales a los seres humanos o incidentes de bioterrorismo. Sus informaciones han sido constantes y llegan hasta nuestros días con lo acontecido con el COVID-19.
Al mismo tiempo, es importante subrayar que a principios de la segunda década de este siglo, se consideraba poco probable que cualquier país pudiera detectar suficientemente pronto los casos y prevenir la propagación de otro nuevo virus altamente transmisible en caso de que surgiese uno en los cinco años siguientes, a pesar de los esfuerzos realizados en la preparación para el caso de que se produjera una pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por parte de muchos Estados. Una vez que una enfermedad de este tipo hubiera comenzado a propagarse, iba a ser muy improbable que se limitara a la región inmediata más cercana.
También se afirmó en las presentaciones del director de Inteligencia de principios de esta década que nadie podía predecir qué patógeno sería el siguiente en propagarse a los seres humanos, o cuándo o dónde ocurriría tal desarrollo, pues los seres humanos seguirían siendo vulnerables a las pandemias, la mayoría de las cuales probablemente se originarían en animales.
En otro orden, la proliferación de armas biológicas y el bioterrorismo siguió presente año tras año en la evaluación de amenazas, pero sin recibir un énfasis especial.
Un intento de ordenación y distinción entre amenazas y riesgos tuvo lugar durante el segundo mandato del presidente Barack Obama al introducirse por el director de inteligencia, pero ya dentro de la categoría de seguridad humana, los asuntos relacionados con las enfermedades infecciosas. Pero esta delimitación era problemática desde un punto de vista conceptual como veremos.
De esta forma, quedaron mejor delimitadas por una parte las amenazas provenientes del desarrollo y expansión de las tecnologías capaces de producir sistemas de armas biológicas y de hacer avanzar el bioterrorismo, como la ingeniería genética, biología sintética y neurociencia y, por otra, los desafíos inducidos por la expansión de enfermedades infecciosas de creciente frecuencia y diversidad, centradas en la interacción del animal y el hombre y en los procesos de globalización.
De hecho, los asuntos de sanidad pública y pandemias habían empezado a ser recogidos tímidamente en la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos de 2006 durante el segundo mandato de George W. Bush, dentro del apartado que llevó por título “hacer frente a los desafíos de la globalización”, para después, bajo la presidencia de Barack Obama, introducir las pandemias y enfermedades infecciosas dentro del contexto de la cooperación internacional en la Estrategia de 2010 y, posteriormente, en la nueva Estrategia de 2015, introducir ya el incremento de la sanidad global en el amplio apartado de Seguridad
Si nos detenemos en los documentos oficiales recientes de diversos Estados sobre sus estrategias de seguridad y de defensa podemos constatar una coincidencia en bastantes aspectos sobre cómo ven los distintos gobiernos el tema de las armas biológicas y las pandemias en un mundo interconectado donde no existe ya una clara delimitación entre lo interno y lo internacional.
En el caso de Estados Unidos, la Estrategia de Seguridad de diciembre de 2017 incluye un apartado independiente de los apartados sobre la proliferación de armas de destrucción masiva y sobre el bioterrorismo, titulado “Combatir las amenazas biológicas y las pandemias”, donde se afirma lo siguiente:
“Los incidentes biológicos pandémicos tienen el potencial de causar pérdidas catastróficas de vidas. Las amenazas biológicas al territorio de los Estados Unidos, ya sea como resultado de una acción deliberada, accidente o un brote natural, están creciendo y requieren acciones para abordarlos en su origen. Los brotes de virus, como el ébola y el SRAS, así como los ataques deliberados de ántrax en 2001 en los Estados Unidos, demostraron el impacto de las amenazas biológicas en la seguridad nacional al producir muertes, generar pérdidas económicas y contribuir a una pérdida de confianza en las instituciones gubernamentales. Los avances en las ciencias de la vida que benefician a nuestra salud, economía y sociedad también abren nuevas vías a los actores que quieren causar daño. Es probable que actores estatales empeñados en ello desarrollen armas biológicas más avanzadas, y estas capacidades también pueden estar disponibles para actores malintencionados no estatales”, con tres líneas de actuación: Detectar y contener las bioamenazas en su origen; el apoyo a la innovación biomédica; y la mejora de la respuesta ante una emergencia.
En el caso de Rusia, la Estrategia de Seguridad vigente, que data de 2015, recoge el tema de la proliferación y utilización de armas biológicas, la adquisición de armas de destrucción masiva por grupos terroristas y extremistas y un amplio apartado sobre salud pública donde se citan como emergencias para la seguridad nacional la emergencia de epidemias y pandemias, pero este largo apartado está esencialmente centrado en la mejora de asistencia médica, la prevención de enfermedades y servicios médicos, monitorización y seguimiento, organización, sector farmacéutico, investigación, haciendo un largo recorrido de sectores a mejorar para la protección de la salud de los ciudadanos y el fortalecimiento del sistema de salud.
El caso de China es singular pues todavía no ha hecho público un documento sobre su Estrategia Nacional de Seguridad, aunque haya publicado en 2019 un libro blanco sobre la defensa, donde en la evaluación de la situación de seguridad internacional se afirma que “la amenaza de los asuntos de seguridad no-tradicional que presentan los desastres naturales y las epidemias de envergadura está creciendo”. No obstante, en el apartado sobre “una contribución activa a la construcción de una comunidad con un futuro común para humanidad” no se citan de forma específica los temas que nos ocupan, aunque se cite la participación de las fuerzas armadas en suministros médicos en el exterior y en la epidemia de Ébola, ni tan siquiera el terrorismo biológico en la lucha contra el terrorismo y las armas biológicas. El centro de atención de sus documentos oficiales sobre estrategia militar (2015) y defensa (2019) en cuanto a las armas de destrucción masiva, son las armas nucleares.
Sobre el tema de salud y seguridad sanitaria, China tradicionalmente ha considerado que el sector de la sanidad era un sector que entraba dentro de cooperación bilateral internacional y todavía lo bilateral sigue siendo prioritario, pero, tras la experiencia del SARS, China ha desarrollado un papel activo en las organizaciones de Naciones Unidas tanto la OMS como otras organizaciones que incluyen en su mandato funciones relacionadas con la salud, así como en otros foros multilaterales, siempre desde la perspectiva de cooperación, tal como se recoge en el libro blanco sobre la salud pública de 2017, en su apartado “Participación activa en la gobernanza sanitaria global y la asistencia médica internacional”. La coordinación entre desarrollo y seguridad propuesto por Xi Jinping en 2017 y el papel de los asuntos de seguridad no tradicional, inicialmente no mencionados en el esbozo de la estrategia de seguridad adoptada por el Politburo en 2015, no permiten ver todavía qué recorrido pueden tener los temas de salud global y seguridad sanitaria internacional en su estrategia de seguridad, aunque es previsible que se expliciten documentalmente con cierta rapidez, dadas las informaciones que la prensa y las embajadas de China están dado sobre la postura de Xi Jinping sobre este tema.
El Reino Unido, por su parte, en su documento titulado Revisión de la Estrategia Nacional de Seguridad y de la Estrategia de Defensa, hecho público en 2015 señala entre los desafíos de seguridad a grupos terroristas, especialmente a Al Qaeda y el ISIS como grupos especialmente interesados en adquirir capacidades químicas, biológicas y radiológicas, y, en consecuencia, indicando que tenían que seguir fortaleciendo sus capacidades para hacer frente a esta amenaza. Sin embargo, el documento no consideraba que existiese una amenaza a intereses vitales del Reino Unido procedentes de Estados que estuviesen desarrollando capacidades biológicas y químicas, aunque se reservaban revisar esta consideración si existían desarrollos posteriores de esta amenaza. A largo plazo, no obstante, se consideraba ya más probable la adquisición de armas de destrucción masiva, incluidas las armas biológicas tanto por Estados como por grupos no estatales, en función de los desarrollos tecnológicos.
En los temas referentes a la salud, el documento se extendía notablemente, presentando primero la seguridad sanitaria global e indicando que los riesgos para la seguridad sanitaria seguían incrementándose, en función de la interconexión física creciente entre las personas y las facilidades de viaje y transporte, siendo especialmente vulnerables las regiones con servicios sanitarios más endebles. La emergencia y expansión de microbios que tenían un potencial de producir pandemias, así como el incremento de la resistencia antimicrobiana a fármacos eran elementos de preocupación. Todo esto requería la realización de acciones coordinadas más musculosas a nivel local, nacional, regional y global. Ningún Estado podía hacer frente en solitario a estas amenazas transnacionales. El Reino Unido se comprometió en este documento a publicar una estrategia de bioseguridad que vio finalmente su luz en julio de 2018.
Junto a esto, la Estrategia resaltó la cooperación con otros Estados en asuntos sanitarios y su apoyo a la OMS, proyectando así su influencia global en el mundo. Asimismo, dentro de la sección dedicada a afrontar los conflictos y fomentar la estabilidad se recalcó el apoyo del Reino Unido al fortalecimiento de la seguridad sanitaria global con ayudas económicas, inversiones, investigación y desarrollo, grupos de respuesta rápida y expertos técnicos para ser desplegados y ayudar en la investigación y control de brotes de epidemias. Con ello se trataría de mitigar el impacto en terceros países y también la protección de los intereses nacionales.
Francia, en sus documentos más recientes sobre Seguridad Nacional aborda también estos temas.
En la estrategia de 2003 se exponen las amenazas y riesgos, las prioridades estratégicas y se añaden dos apartados claros que se echan en falta en otras estrategias nacionales: la ejecución de la estrategia y los recursos requeridos. Más recientemente, en 2017 en un nuevo documento titulado, Revisión Estratégica de la Defensa y de la Seguridad Nacional, en el tema de las armas biológicas se resalta la aceleración de la proliferación en general y, como en otros documentos de otros Estados, se menciona que el riesgo biológico es extremadamente difícil de calificar debido a su doble naturaleza, incrementándose con las investigaciones en curso en biología sintética. La capacidad de reconstruir o modificar un virus utilizando la ingeniería genética también constituía una preocupación de importancia. El documento se extiende ampliamente en diversos apartados sobre el tema del terrorismo, y señala que la propagación de la biotecnología podría permitir a las organizaciones terroristas llevar a cabo ataques biológicos sofisticados, así como el potencial creciente del “agroterrorismo”. No obstante, no menciona las armas de destrucción masiva biológicas y sus consecuencias, a pesar de la afirmación terminante de la existencia de una aceleración de la proliferación de armas de destrucción masiva.
Se mencionan también los riesgos sanitarios, resaltándose el movimiento de las poblaciones que favorecen la expansión de enfermedades y la rápida y a gran escala propagación de virus causantes de diversos tipos de epidemias, así como el riesgo real creciente de nuevos virus que pueden pasar de una especie a otra o que se escapen de laboratorios, un aspecto relevante que la mayoría de documentos de otros Estados no mencionan. Pero este documento no hace una revisión de la ejecución de la Estrategia de 2013 ni de los recursos requeridos.
Podemos también recoger los planteamientos de la Unión Europea y su estrategia global, un documento bastante farragoso1 que es también interesante, aunque, a nuestro juicio, de corto vuelo y sobrepasado desde el principio. En la sección sobre seguridad de la Unión, dentro del contraterrorismo no se cita el terrorismo biológico, y, curiosamente hay que ir a la sección sobre gobernanza global, al margen de una buena sección sobre amenazas y riesgos para la UE, para encontrar el tema de la proliferación de las armas de destrucción masiva, donde no se hace ninguna mención expresa al tema de las armas biológicas, y encontrar también el tema de la salud, donde se afirma que la UE trabajará para una mayor y efectiva prevención, detección y respuesta a la pandemias globales -asunto donde la UE ciertamente no ha brillado en esta pandemia del COVID-19- así como en la promoción de regulaciones globales en campos como la biotecnología.
Finalmente, hay que mencionar el caso español. España ha publicado en 2011, 2013 y 2017 tres estrategias de seguridad. Las dos primeras estrategias de 2011 y 2013 eran bastante mejorables.2 En el documento de 2013, sobre el tema de la proliferación de armas de destrucción masiva se mencionaba la inexistencia de un protocolo de verificación de la Convención de Armas Biológicas, lo que, unido al aumento del potencial uso indebido de la tecnología de doble uso y de los conocimientos científicos en ese ámbito, hacían necesaria la definición de un marco alternativo, afirmación muy acertada. Asimismo, se mencionaban el riesgo de que grupos terroristas adquiriesen sustancias químicas o biológicas, con la posibilidad de su utilización contra las estructuras vitales y las poblaciones de los Estados, si bien esta posibilidad no se recogía en el apartado del documento referente a emergencias y catástrofes, siendo el aspecto de prevención y preparación, un aspecto central que no puede descuidarse.
Dentro de la sección sobre emergencias y catástrofes aparecía como un riesgo relevante para España “la expansión a gran escala de determinadas enfermedades y pandemias -favorecida por el desplazamiento masivo de población-, así como el tráfico ilícito de animales y de productos de origen animal “. Añadiéndose que “además de las enfermedades ya conocidas, han surgido otras nuevas, como el síndrome respiratorio agudo severo, o resurgen algunas que creíamos erradicadas como la tuberculosis. Enfermedades como la fiebre aftosa o la peste porcina también pueden provocar daños en la economía de un país”.
El documento de 2017, mejor elaborado, señala sobre las armas biológicas la potencial utilización de agentes biológicos por agentes no estatales, en particular organizaciones terroristas y se afirma la creciente amenaza de que la proliferación de armas de destrucción masiva de origen estatal pueda ser desviada, de manera intencionada o no, a actores no estatales, en particular grupos terroristas. Y sobre el tema de salud, dentro del apartado sobre desafíos a la seguridad nacional aparecen las epidemias y pandemias, afirmándose que, en las últimas décadas, el número de enfermedades emergentes identificadas y de situaciones de riesgo asociadas a ellas habían aumentado. Se habían identificado al menos seis alertas sanitarias globales, todas ellas con un importante impacto a nivel nacional. El documento expone la necesidad de reducir la vulnerabilidad de la población a los riesgos infecciosos, siendo necesario “desarrollar planes de preparación y respuesta ante amenazas y desafíos sanitarios, tanto genéricos como específicos, con una aproximación multisectorial que asegure una buena coordinación de todas las administraciones implicadas tanto a nivel nacional como internacional.”
El documento recoge también líneas de actuación sobre amenazas y desafíos. En la lucha contra el terrorismo la actuación sigue los planteamientos de la estrategia antiterrorista de la UE; en la no proliferación de armas de destrucción masiva, se subraya el multilateralismo, la cooperación internacional, la aplicación de la normativa internacional, la prevención y diverso tipo de controles, pero resulta menos incisivo que el documento de 2013; y sobre pandemias y epidemias, se subraya la adaptación de los servicios de salud pública del Estado y las Comunidades Autónomas para asegurar una adecuada capacidad de respuesta operativa, así como la mejora de las capacidades y mecanismos de actuación, citando, entre otras medidas, el desarrollo de un plan nacional genérico de preparación y respuesta ante riesgos biológicos con una aproximación multisectorial, que no se ha realizado. Tampoco el informe anual de seguridad nacional de 2019, que nos permitiría evaluar lo que se ha realizado en este campo, se ha aprobado y publicado.
Se puede colegir de este recorrido que hemos asistido en los treinta últimos años a una toma de conciencia del creciente número de Estados que iban adquiriendo capacidades tecnológicas de producción de armas biológicas y de su creciente capacidad autónoma sin depender del exterior y, en paralelo, la creciente posibilidad de que estas tecnologías estuvieran disponibles para otros actores no estatales. Los principales países admiten y corroboran esta situación en sus estrategias de seguridad nacional. Pero esta amenaza no se ha abordado de una forma mínimamente aceptable y, aparentemente, sólo se abordará cuando ocurra un grave incidente por utilización de armas biológicas con consecuencias devastadoras. La situación de la Convención sobre armas biológicas es reveladora de esta profundísima irresponsabilidad, una irresponsabilidad que en fecha no muy lejana puede convertirse en criminal. No hay forma de controlar lo que se está haciendo en los laboratorios sofisticados y no tan sofisticados de los diversos Estados, a pesar de los esfuerzos de destacados servicios de inteligencia. ¿Cómo se puede hablar de líneas de actuación que justifiquen una estrategia si el COVID-19 no se ha detectado a tiempo, no hay vacunas a pesar de tantos adelantos biomédicos y la respuesta ante esta pandemia ha sido un auténtico caos? Tampoco hay forma de sancionar nada, y el caso del papelón del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ante el empleo reiterado de armas químicas por el gobierno de Siria en su guerra civil internacionalizada es suficientemente concluyente.
Por otra parte, el tema de las enfermedades infecciosas, las pandemias y los asuntos de sanidad pública empezaron a tomarse en cuenta como asunto de seguridad de forma tardía, en función de sus implicaciones, en la segunda década de este siglo, considerándolo inicialmente un desafío de tal magnitud que hacían inadecuados los planteamientos de la sanidad pública tradicional, enfatizando la necesidad de la cooperación internacional y, finalmente, considerándolo un asunto de seguridad. Y aquí viene otro problema. ¿Cómo es posible que este tema se haya venido considerando por diversos autores y Estados como un asunto de seguridad humana?
Este es un concepto de moda a partir de los años noventa en un momento en que el sistema internacional estaba ordenado por los Estados Unidos y, en consecuencia, se podía llegar a pensar que el sujeto de la seguridad no eran ya los Estados de forma principal sino los individuos, los ciudadanos, y aquí empezó un rosario de problemas. En primer término, la ausencia de una definición aceptable del concepto que se convirtió en una auténtica torre de babel con decenas de intentos de definición distintas y distantes.3 Luego, el protagonismo de expertos en economía del desarrollo, no expertos en seguridad, que dieron una impronta poco reconocible en la gramática de los estudios de seguridad a estos intentos, presentado contenidos que si podían aplicarse a Pakistán con dificultad podían aplicarse a Suecia. La aceptación operativa de descripciones. El enfoque más que en el concepto fundante de la seguridad– la búsqueda de la supervivencia de una estructura valorada y con visos de perdurabilidad- incide en los derechos sociales y políticos de los individuos, asunto que es propio de otras disciplinas. A lo que se añaden otros elementos, como el hecho de que los individuos tienen una duración vital limitada, el hecho de que la seguridad no es el resultado de un sumatorio de seguridades individuales sino que se obtiene como resultado de una empresa colectiva y, sobre todo, y a fin de cuentas, que los suministradores de la seguridad, y ahora lo estamos viendo con el COVID-19, no son los individuos, ni las ONGs, ni Fundaciones ni otros actores internacionales, como las empresas transnacionales, sino los Estados y las Organizaciones donde participan los Estados.
Este concepto, que es un auténtico cajón de sastre, ha sido un instrumento útil para poder encuadrar cuestiones como las pandemias que no pueden caracterizarse como amenaza, y menos como una amenaza militar, salvo que se demostrara que existe intencionalidad en producir daño por parte de una actor estatal o no estatal, y presentarlo de diversa forma, como un desafío o como un riesgo o como un potenciador de daños, con un complicado encaje en la concepción tradicional de seguridad.
Lo que parece claro es que esta pandemia del COVID-19 incide en un momento de auge de nuevo de la seguridad nacional y la competición entre Estados en un sistema mundial crecientemente desordenado.
Sin perder de vista esta primera consideración, teniendo en cuenta que es una cuestión que sobrepasa las fronteras estatales e incluso regionales para convertirse en un asunto de incidencia universal, la tentación es tratar de encuadrar el tema de las pandemias en concepciones aparentemente prometedoras, dado que suenan bien, como son los conceptos de seguridad común o de seguridad cooperativa, sin tener en cuenta que estos conceptos tienen unas precondiciones y un contexto profundamente militar que inducirían a una profunda confusión- este fue el caso de la utilización del concepto de seguridad cooperativa en la conferencia euro-mediterránea.
También es insuficiente encuadrar la pandemia en la concepción de seguridad internacional como aparentemente haría China, dado que es un asunto que sobrepasa las interrelaciones entre Estados. Es un asunto de seguridad global, pero aquí la tentación, como ha ocurrido con el tema medioambiental o el migratorio, es tratar de engarzarlo con estructuras globales inexistentes que facilitarían su protección, pues el gobierno mundial no existe y el sistema internacional es y sigue siendo un sistema de Estados. Lógicamente, es un sistema que se podría cambiar, pero mientras esto ocurra y, dada su enorme dificultad, – todo el mundo quiere tener su Estado, desde los grupos nacionalistas y separatistas, a movimientos de liberación o grupos terroristas, o quieren Estados fuertes totalitarios como los partidos comunistas- hay que conceptualizar sobre lo que se tiene.
Indudablemente en cuestiones de seguridad global los Estados siguen siendo ineludibles, si bien son estructuras imperfectas para afrontar los desafíos de seguridad no-tradicional mientras no exista un gobierno global. Además, la globalización y sus planteamientos han sufrido un severo correctivo. Los Estados, tal como estamos viendo con la pandemia del COVID-19 siguen siendo los actores centrales en el suministro de seguridad, justificando opciones políticas para la defensa de sus ciudadanos ante las pandemias y otros asuntos considerados globales en función de sus propias vulnerabilidades, incluyendo su debilitación o creciente dependencia económica y pérdida de soberanía, y seguirán recurriendo a la cooperación con otros actores, estatales y no estatales, cooperación que siempre será imperfecta, pues la humanidad en su conjunto sigue siendo un sujeto central, pero como sujeto a proteger entra frecuentemente en colisión con intereses diferenciados de actores no estatales, incluyendo los económicos, y de identidades diferenciadas representadas por los distintos Estados.
Catedrático emérito en seguridad y cooperación internacional
Miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes
1 Véase Antonio Marquina (ed) (2017): La Estrategia Global de la Unión Europea. Asomándose al precipicio, Madrid, UNISCI, 504 pp.
2 Véase Antonio Marquina (ed.) (2014): La Estrategia de Seguridad Nacional. Un pavimento deslizante, Madrid UNISCI.
3 Véase Antonio Marquina: Environmental Security and Human Security, en Antonio Marquina (ed) (2004) Environmental Challenges in the Mediterranean 2000-2050, Dordrecht, Kluwer Academic, pp.5-25. Y Antonio Marquina Y Mely Caballero- Anthony: Human Security: European and Asian Approaches, en Antonio Marquina (ed.) (2008): Energy Security. Visions from Asia and Europe, New York, Palgrave MacMillan, pp 244-272.
Artículo Anterior de Antonio Marquina:
La crisis global inducida por el contagio del COVID-19. Aspectos preliminares